viernes, 9 de marzo de 2007

Construyendo la complejidad

La pretensión, probablemente fallida, de abordar la capacidad de aglutinar información por procedimientos tradicionales o retóricos hace necesario un rango creciente de abstracción . El resultado puede oscilar entre lo inconsistente y lo fraudulento, presentando severas probabilidades de recaída.
La capacidad humana está (según parece que parece) dramáticamente autolimitada, aunque, tras rasgarnos las vestiduras cerebrales al 10%, nos procuramos el sustento teórico que logre desencadenar las fructíferas líneas del pensamiento oportunamente encauzado.
Enajenados por redundantes, abordamos las políticas del cambio con la fe de los justos, deseosos de acertar y presurosos por ser escuchados, apremiados por la irreductible conciencia del presente y muy conscientes de la necesidad de “romper radicalmente con la tradición (…),no hay comida gratis (en la innovación del diseño)”.
La pretensión, probablemente fallada, de instaurar un régimen exigente y restrictivo que precisa del esfuerzo colectivo como piedra angular para no resultar inane agradece la procedencia del autor.

Glotones por compromiso o militancia (nunca ambas) desentrañan una verdad nunca vista y, por lo tanto, ansiosa por emerger. Estas emergencias son necesarias, conectivas e incluso, y que Dios me perdone, buenas.
William J. Mitchell construye la complejidad fagocitando procesos y prácticas herrumbradas, autocomplacidas y complacientes (no cuesta mucho trabajo imaginar como y cuánto sonrién, y que bien lo hacen).
Enérgico y creyente, aboga no por un cambio de reglas, sino por un cambio del juego y denuncia la desidia (más intelectual que proyectual) del “auto-plagio perezoso”.
Mientras tanto, nosotros, desinstalados y casi huérfanos de Vitruvios, nos encontramos con pocas citas que robar, con suerte nos queda una:

“¿Por qué la arquitectura tuvo siempre forma de arquitectura? Alejandro de la Sota (1913-1996)

No hay comentarios: